Nota en La Voz del Interior

14 Dec 2023
Carina Mongi Corresponsalía

El monje trashumante del “campo divino” en las Sierras

El cordobés que recorrió 25 países y decidió armar en Calamuchita un proyecto de agricultura orgánica y turismo.

EN LAS SIERRAS. Kuntur, que nació en Ucacha, se instaló en Calamuchita.

Claudio Moreni (45) es el nombre estampado en su documento. Pero es Kuntur Deva el nombre espiritual que este cordobés nacido en Ucacha adoptó en su camino y el que mejor le calza.

Un ajustado resumen diría que vivió en su Ucacha natal, en el llano agropecuario de Córdoba, durante su infancia y su adolescencia, y que luego se mudó a la ciudad de Córdoba para estudiar durante seis años Geología. Su hoja de ruta marca, a partir de allí, su primer volantazo: se formó como monje misionero y entre 2001 y 2014 vivió en 25 países de América, de Europa y de Asia realizando tareas sociales y de ayuda humanitaria.

Pero en 2014 dio otro giro importante en su vida, cuando encontró su Campo Divino en Calamuchita y comenzó un proyecto comunitario de granja sustentable y espacio de meditación en un entorno de naturaleza.

Sus variados recorridos, de todas maneras, lucen entrelazados.

El campito serrano

A unos 40 minutos de Santa Rosa de Calamuchita, tomando la ruta hacia Amboy y dejando a un lado el asfalto, tras desandar nueve kilómetros de tierra hacia el paraje San José, se asoma la última y muy escarpada subida. Atravesando dos tranqueras, emerge Campo Divino. Está a un puñado de minutos de la transitada ruta 5, pero se percibe ccon una atmósfera diferente.

Cada habitación del lugar tiene, muy visible, un cuadro con la figura de Shrii Shrii Ánandamúrti, un reconocido filósofo y líder espiritual hindú. Fue el fundador de Ánanda Márga, una organización espiritual y social que ofrece instrucción en meditación y yoga, en la que se formó Kuntur.

En su recorrido como monje, Kuntur –o Claudio– realizó tareas de auxilio y apoyo en Japón luego del tsunami de 2011, viajes de servicio en India y en prisiones de Taiwán, así como visitas a geriátricos, hospitales y servicios sociales en varios países. Además del español (lengua materna), habla inglés, italiano y portugués, y posee un conocimiento práctico de sueco, chino, hindú y sánscrito.

En el monte cerrado

Nueve años atrás, el predio era monte cerrado, sin camino de acceso, ni luz, ni agua. Acostumbrado a la vida austera, no le costó vivir más de un año en una carpa para levantar el primer refugio. Aprendió tareas de bioconstrucción, con el apoyo de voluntarios, una de las patas fundamentales del proyecto.

En 2016 regresó a Taiwán, ya sin sus hábitos de monje, y recibió apoyo para impulsar su nuevo proyecto.

En la actualidad, las pequeñas viviendas construidas cerca de Amboy permiten alojar entre 10 y 14 personas. Hay una huerta floreciente, 40 frutales, más de 300 aromáticas y un laboratorio para crear aceites esenciales de espinillo, menta, lavanda, romero y muchas aromáticas más. Un hermoso arroyo a pocos metros y un monte nativo, como un pulmón verde que permite reconocer a muchas de las especies autóctonas, completan el entorno por el que corretean los perros y dos yeguas integrados a la dinámica diaria.

El respeto por la naturaleza y los animales, la austeridad, la meditación y la alimentación sana marcan sus días y los de quienes deciden pasar un tiempo allí: voluntarios, turistas, visitantes. Son los ejes que motorizan y señalan el rumbo de Campo Divino.

La comida se nutre de la huerta o de la red Orgánicos Si o Si, de la que participan como consumidores y también como productores con aceites esenciales.

Sin tele, ni música, los sonidos de la naturaleza llenan el espacio. A contramano de la sociedad de consumo. Por un rato, sin esquirlas de la compleja coyuntura económica.

De Ucacha al mundo

Su rotundo cambio de vida, a los 22, lo alejó de su familia: estuvo tres años sin hablar con sus padres y una década sin verlos. Hoy, Elva y Luis (70) están presentes en su vida y son activos colaboradores de su proyecto en las Sierras. Estuvo, hace unos meses, en su pueblo natal para presentar un proyecto de agrocultivos junto con una familia holandesa.

Además de una desintoxicación alimentaria, Campo Divino también plantea una desconexión tecnológica: prácticamente no hay señal para celular y solamente se obtiene en un punto que se encuentra al salir del predio. Mirar el cielo, escuchar el río, comer saludable, agradecer, charlar profundo. Una propuesta ya no muy habitual que ofrece el Valle de Calamuchita.

Cae el sol, acaban de regar las frutillas, los vegetales, los zapallitos de la huerta junto con Julia Pepping (42), voluntaria de Alemania; y Sophie Guthrie (24), la primera estadounidense en sumarse por unas semanas.

Kuntur invita a sentarse en ronda. Con los ojos cerrados, suenan más nítidos los sonidos del hang, la guitarra y el palo de lluvia, con el canto, reiterado, del mantra fundacional Bábá Nám Kevalam, que se traduce en “todo es amor”.

Energías renovables

El campo, ubicado en el paraje San José, no posee electricidad ni sistema de agua corriente. Generadores solares suministran la energía, mientras que el agua se extrae del arroyo de Amboy.

Durante los días de profunda sequía recientes, descubrieron que fue un río subterráneo que, al emerger, permitió que el agua no se acabara. La lluvia trajo tranquilidad y reactivó el cauce.

Julia, quien dejó su actividad como osteópata en Alemania, lidera el nuevo proyecto: realizar una perforación y evitar los fantasmas de otra sequía que afecte a la comunidad. El camino es gestionar aportes para realizar la obra que permita contar, de forma permanente y sin sobresaltos, con el elemento vital en ese puntito del planeta.

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